El Coliseum quería un director con oficio, alguien capaz de manejar el metrónomo del partido sin perder la ambición de morder cuando aparece la rendija. Dídac Cuevas llega para eso: para poner orden cuando el marcador se pone áspero y para acelerar cuando el rival está mal plantado. Base hecho en la escuela del Joventut y curtido en Oro y Plata, conoce la categoría y sus códigos. Su fichaje se entiende como una apuesta por la gobernanza del ritmo: leer, elegir y ejecutar
Cuevas juega al pick-and-roll con vocación de cirujano. No necesita una ventaja enorme; le basta un ángulo limpio. Amaga, fija al grande, da un bote de separación y, en ese segundo, decide: o pocket pass para el roller, o flotadita al centro para que llegue el short roll, o pase bombeado a la esquina cuando la ayuda baja tarde. Cuando el rival cambia, no se precipita: atrae al cinco, obliga a una ayuda y suelta el balón a tiempo. Ese tiempo —no el crono, sino el tempo— es su firma.
A su alrededor, el puzzle del Leyma cierra mejor. Con Thiam como ancla vertical, los Spain P&R ganan sentido: bloqueo, continuación y pantalla trasera para que la defensa decida qué regalar. Con Jacobo Díaz como conector, aparecen las ventajas de segunda lectura: ghost screens, flare a 45° y pases de continuidad que convierten una media ventaja en un tiro limpio. Y con Mencía, la química es de carretera abierta: rebote, salida y ataque al espacio con trailer y segundas opciones.
Su valor no se queda en ataque. En defensa, sin ser un especialista de élite, sube el tono cuando toca: cambia con criterio ante guards de físico similar, niega mano dominante y se aplica en la primera contención para que el bloque ceda centímetros y no metros. En el rebote, compite su posición y, cuando captura, reduce un pase y activa la transición con una inercia que el Coliseum agradece.
El margen de mejora está bien dibujado. El triple —sobre todo en catch&shoot— es el primer renglón: si estabiliza ese 33–36% sostenido con buena selección, la pista se le despeja y su pase gana un segundo extra. El segundo renglón es el cuidado del balón ante defensas que suben líneas o meten traps: una pausa más para castigar con short roll y lado débil. Y el tercero, la finalización en tráfico: floater rápido o descarga antes de que el grande cierre la ventana.
¿Qué cambia para el equipo?
En primer lugar, la sensación de control: con Cuevas en pista, el ataque tiene un punto de seguridad que ahorra rachas de tres pérdidas en dos minutos. En segundo, la profundidad en la dirección: el cuerpo técnico puede alternarlo con Caio Pacheco o emparejarlos para jugar con dos manejadores y abrir la pista a los forwards. Y en tercero, el ritmo emocional del Coliseum: un base que manda señales claras —arriba el puño, calma; dos dedos, horns— ayuda a que todo el mundo llegue al sitio correcto.
Si alcanza sus objetivos de eficiencia y mantiene el AST/TO en estándares altos, Dídac Cuevas será ese tipo de jugador que no monopoliza foco pero hace que todo funcione: el cinco recibe mejor, los aleros tiran con tiempo y el equipo sufre menos baches. Es el perfil que puede cambiar un cuarto en silencio, con pequeñas decisiones encadenadas. Y eso, en una temporada larga en Primera FEB, vale puntos y victorias.


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