Houston Rockets: dos junios, dos anillos

Hubo un instante en que Houston dejó de cargar con sus fantasmas y empezó a dictar el ritmo del reloj. No fue un destello aislado, sino un plan: abrir la pista, confiar en el pase extra y poner el balón en manos de quien convertía lo imposible en rutina. Hakeem Olajuwon hizo del poste bajo una ciencia; Rudy Tomjanovich, de la calma, una herramienta; y a su alrededor, un elenco sin estridencias —Kenny al mando, Elie con colmillo, Horry en la esquina, Cassell con pulso— afinó un baloncesto que premiaba la decisión correcta por encima del ruido

En 1994, los Rockets ganaron a martillo y bisturí: defensa que llegaba medio segundo antes y tiros difíciles que parecían fáciles. En 1995, añadieron a Drexler sin perder la esencia, entraron sextos y cerraron series fuera de casa como quien cierra una puerta: sin ceremonia, con convicción. No hubo atajos ni supersticiones; hubo método. Dos años, dos coronas y una enseñanza que trasciende los nombres: cuando el juego se encoge y los detalles deciden, el corazón importa… pero la preparación manda. Aquí empieza la historia de cómo Houston convirtió milímetros en anillos.

Final 1994: El Dream y la ciudad que no duerme

Fue una final sin maquillaje: ritmo bajo, aire denso y cada punto negociado a golpes de ángulo. Houston y Nueva York se pasaron siete noches empujando la serie hacia su zona de confort —los Rockets, al “valor por tiro” y a la línea; los Knicks, al rebote y al error mínimo—, y el anillo acabó del lado que convirtió más tiros difíciles cuando el margen desaparecía.

El 8 de junio en Houston, Olajuwon marcó el territorio con su rutina de giro-finta-tablero y Thorpe blindó el cristal. Ewing respondió con cuerpo y hombro, pero cada intento de remontada chocó con brazos interminables y un cierre de posesiones quirúrgico: 1–0.

Dos días después, Pat Riley ajustó: más poste para Ewing, Harper abriendo a pie firme, Oakley comprando segundas opciones y Nueva York devolvió el golpe (1–1). La serie viajó a Manhattan y, en un Garden a punto de hervor, la banca de Houston le bajó el volumen en el cierre: Cassell entró con descaro, clavó tiros medios y un triple de hielo; Horry añadió un tapón y la esquina que duele (2–1). Nueva York contestó con su manual: torno defensivo, Oakley devorando el tablero, Starks atacando antes de la ayuda; ni los 32 de Hakeem alcanzaron (2–2).

En el quinto, partido denso y Garden encendido: posesiones largas, rebote ofensivo, temple atrás; Ewing no afinó el tiro pero sí el aro propio, Harper sostuvo el perímetro y los Knicks olieron el anillo (3–2). Con la soga al cuello, los Rockets arrastraron el sexto a su barro: posesiones lentas, triples medidos y Olajuwon como faro; el tiro que podía cerrar la serie salió de un bloqueo alto para Starks y encontró el toque justo del “Dream” para cambiar destino (3–3).

En el séptimo, defensa contra defensa hasta que Houston abrió dos ventanas: constancia de Hakeem por dentro, pulmones de Thorpe en el vidrio, una esquina de Horry, dos dagas de Maxwell; Ewing peleó más de lo que convirtió, y el trofeo se quedó en Texas (4–3).

Los números confirman lo que se vio. A 87.1 posesiones por noche, Houston ganó el acierto efectivo y la vida en la línea (eFG% .462 y FT/FGA .229) ante unos Knicks que dominaron pérdidas y cristal (TOV% 12.7 y ORB% 33.7 por 27.1 de los Rockets).

El ataque global quedó en un empate técnico —New York 99.8 de ORtg, Houston 99.0—, pero el reparto del valor por tiro inclinó los minutos calientes. Hakeem fue la diferencia sostenida: 26.9 puntos, 9.1 rebotes, 3.6 asistencias y 3.9 tapones de media con .556 de TS y uso alto; cuando la jugada pedía una canasta difícil, la encontró. Thorpe sumó 11.3 rebotes y músculo útil; Cassell elevó la segunda unidad (10.0 puntos, 7/16 triples, .926 en libres).

En Nueva York, Ewing dejó una serie de acero y porcentajes ásperos (18.9 puntos al 36.3%, 12.4 rebotes y 4.3 tapones), Harper fue el guard más eficiente del cruce (16.4, 43.6% en triples), Starks vivió en la cornisa (17.7 con 36.8% en campo) y Oakley/Mason sostuvieron la identidad: 11.9 y 6.9 rebotes, contactos, segundas jugadas.

En un baloncesto de márgenes, la diferencia fue mínima pero nítida: Houston convirtió un poco más por tiro, llegó un poco más a la línea y tuvo al mejor solucionador del tablero. En una serie de hierro, esos milímetros valen una corona.

Final 1995: Del error a la leyenda: Houston completa el sweep

La final de 1995 fue un choque de generaciones y de ritmos: el vértigo eléctrico de Shaq & Penny contra la artesanía implacable del “Dream” y un grupo de veteranos que ya sabían cerrar ventanas. En el Juego 1, Orlando voló, abrió brecha, y parecía tenerlo atado… hasta que el partido encogió. Nick Anderson falló cuatro tiros libres seguidos en los últimos segundos, Kenny Smith encadenó triples hasta marcar un récord para la época y clavó el de 1.6 para forzar la prórroga, y en el tiempo extra Olajuwon apareció con la puntilla al borde de la bocina para el 120–118.

Fue el giro de llave de toda la serie: Houston se acostumbró al silencio hostil y Orlando entendió que cada posesión iba a pesar como un saco.
El segundo asalto repitió guion psicológico con otra vuelta de tuerca técnica. Shaq empujó dentro y Penny castigó cada espacio, pero Houston respondió con un baloncesto adulto: poste bajo a Hakeem (34), ritmo controlado por Drexler, y las esquinas y cortes de Elie y Horry para sostener la ventaja. Cuando Orlando quiso subir el volumen exterior, el intercambio de triples favoreció a los de Texas: menos intentos, mejor selección, más limpieza en la ejecución. 117–106 y la sensación de que los campeones habían tomado la medida emocional de la final.

La serie viajó a Houston y el Summit olió a barrido. El Juego 3 fue un brazo de hierro precioso: Shaq aceleró el reloj del aro, Penny enlazó lectura y talento, y aun así, en el cierre, la calma fue roja. Hakeem (31 y 14) volvió a sacar puntos de ángulos que parecían cerrados, Drexler ganó tableros largos como si fuera alero y base a la vez, y Sam Cassell —el termostato del banquillo— metió el triple que te explica por qué algunos equipos cierran series y otros las alargan. 106–103 y match point.

El cuarto fue una coronación sin dramatismo: 113–101, con Olajuwon (35 y 15) en dominio total, Drexler empujando en transición controlada y Horry haciendo de hombre bisagra —rebote, robo, tapón, triple— en una sola secuencia. Orlando peleó con dignidad (Shaq y Penny firmaron números enormes), pero a cada intento de remontada le faltó una cosa: la pérdida que no comete el veterano, el tiro libre extra, el triple de pie a tierra que Houston encontraba y el Magic no. Barrido y back-to-back para un sexto cabeza de serie que no tuvo ventaja de campo en ninguna ronda y que, aun así, jugó como si la tuviera siempre.

Los números, esta vez, no esconden matices: a un ritmo medio (95 posesiones), ambos tiraron prácticamente igual de bien en campo (eFG% 52.6% Houston, 52.4% Orlando), pero los Rockets protegieron la pelota como un tesoro (9.4% de pérdidas) y vivieron más en la línea (0.277 FT/FGA frente a 0.174). El triple fue su palanca: 37/92 (40.2%) con volumen calibrado frente al 41/118 (34.7%) del Magic. Hakeem, en su cima competitiva, promedió 32.8–11.5–5.5 con tapones y soluciones a demanda; Drexler añadió 21.5–9.5–6.8 como segundo motor; Horry inventó el 3\&D antes de que lo etiquetaran (17.8 puntos, 11 triples, 12 robos y 9 tapones en la serie), Elie metió todo lo que importaba (64.9% en tiros, 57.1% en triples) y Cassell dio el colmillo desde el banquillo. Shaq (28.0–12.5–6.3) y Penny (25.5–8.0 asistencias) estuvieron a la altura del escenario, pero cada intercambio de precisión lo ganó Houston por un centímetro más de control.

Así se cierra una barrida memorable: no por la crueldad del marcador, sino por la claridad de la idea. Orlando tenía juventud y talento para una década; Houston tenía la respuesta a cada situación. Y cuando el partido se encogía, el mejor solucionador del tablero seguía siendo el mismo: Olajuwon, convirtiendo tiros imposibles en rutina y rutina en título.

Houston pasó de “Choke City” a “Clutch City” en dos junios seguidos y cambió su identidad para siempre. En 1994, Hakeem Olajuwon llevó el poste bajo a la categoría de método: paciencia, footwork de cirujano, lectura del doble y pase extra a tiradores con los pies plantados. Rudy Tomjanovich fue brújula emocional y táctica; Kenny Smith marcó el ritmo; Vernon Maxwell y luego Mario Elie endurecieron las líneas; Robert Horry inventó desde la esquina un cuatro moderno; Sam Cassell entró del banquillo con colmillo. Frente a los Knicks, cada posesión fue una negociación, y cuando el aire faltó, el “Dream” convirtió el tiro difícil en rutina.

En 1995, la fe se volvió estrategia. El traspaso por Clyde Drexler añadió un segundo motor sin romper el plan: 4 abiertos, 1 dentro, triple como palanca y defensa que llegaba medio segundo antes. Entraron sextos, sin ventaja de campo en ninguna ronda, y aun así fueron demoliendo dudas: la serie a Phoenix sellada con el “Kiss of Death” de Elie, la lección a Robinson en el Oeste, y la barrida a Shaq & Penny con el Summit convertido en cámara de eco para los triples de Smith y la autoridad de Olajuwon.

Su legado no necesita altavoces: está en cada ataque que abre la pista para un cinco que crea, en cada ala-pívot que vive en la esquina, en entender el triple como decisión y no como capricho. Dos anillos, un vocabulario nuevo y una certeza que los define: nunca subestimes el corazón de un campeón. Porque cuando la serie se encoge y los detalles deciden, Houston demostró que el detalle también se entrena.

Total
0
Shares
Deja una respuesta
Artículo Anterior

Mark Hughes ficha por el Bàsquet Girona

Siguiente Artículo

A Copa Galicia Sénior Masculina retorna á A Coruña

Artículos Relacionados
Artículos Relacionados