El baloncesto europeo se encuentra en un momento crucial con la entrada en escena de la NBA, que explora nuevas oportunidades de expansión en el Viejo Continente. Este lunes será un día clave en el que representantes de la FIBA, liderados por Andreas Zagklis y Jorge Garbajosa, se reunirán de manera virtual con los 13 clubes propietarios de la Euroliga (la ECA) para intentar alcanzar un consenso sobre el futuro de las competiciones. Este paso marca un cambio radical en el panorama, ya que por primera vez en años las tres grandes entidades del baloncesto parecen dispuestas a dialogar sobre una posible colaboración
Uno de los principales retos reside en cómo integrar un modelo NBA en Europa sin que esto ponga en peligro la estabilidad de las competiciones nacionales y europeas existentes. En ciudades como Madrid o Barcelona, donde ya existen equipos históricos de la Euroliga, sería especialmente complicado acomodar nuevas dinámicas sin que entren en conflicto con lo establecido. Además, se está considerando la inclusión de Dubái en una competición futura, lo que también añade complejidad al escenario.
Por su parte, la FIBA parece estar interesada en tender puentes, defendiendo la importancia de las ligas nacionales y la estabilidad económica para los equipos. Sin embargo, no todos los actores comparten esta visión. La Euroliga, bajo el liderazgo de Paulius Motiejunas, mantiene una postura firme, subrayando que ya poseen una competición consolidada, con una sólida base de aficionados y grandes franquicias como el Real Madrid. Para ellos, el éxito radica en seguir trabajando en el crecimiento interno de la liga, sin depender de propuestas externas.
En cuanto a la posible nueva competición europea liderada por la NBA, se baraja la idea de una liga con 16 equipos, 12 de los cuales serían plazas fijas en grandes ciudades, mientras que los otros 4 podrían ser seleccionados según su rendimiento en la Basketball Champions League o en las ligas nacionales. Este modelo también asegura estabilidad económica para los clubes participantes, algo que podría resultar atractivo para muchos equipos en un contexto de creciente profesionalización y exigencias financieras.
Este encuentro histórico representa una oportunidad única para definir el futuro del baloncesto en Europa, pero también pone de manifiesto los desafíos derivados de los egos y las visiones divergentes. Independientemente del resultado, queda claro que el baloncesto europeo está entrando en una nueva era, con el potencial de transformarse significativamente.


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